En las entregas anteriores hemos venido reflexionando sobre lo que nos hace salir al otro. Las personas que estamos educando más allá de la educación formal, el mal que nos aleja de lo humano. Y esas dinámicas que llevan a repetir conductas que no permiten la realización de la persona y recaen en la violencia. Han sido una invitación a reflexionar cómo podemos vernos más humanos. Todo desde la reflexión y desde las propias vulnerabilidades o fragilidades, porque es ahí, cuando nos vemos sin máscara donde podremos encontrar la esperanza de lo humano como una manera de vivir.
La fragilidad de lo humano nos plantea de cara a vivir con una ética que mire, actúe y reconozca a los más débiles del mundo (Mèlich J. C., 2021). Aquellos que son capaces (sin distinción de condición social) de ver a los ojos a los demás y de comprender que cuando nos encontramos con el otro quitando las apariencias, hablamos desde lo que nos hermana y nos hace crecer.
Algo que nos dejó la pandemia (aparte de valorar cada vez más lo que tenemos y aprovechar el día a día), fue ponernos de frente la oportunidad para reflexionar. Preguntarnos, ¿qué es aquello que nos hace acercarnos a otros?, ¿qué es lo que nos llena de alegrías y esperanzas en el día a día? Hubo una forma en la que se comenzó a retomar el sentido de la vida. Entendiendo que era necesario regresar a lo que nos daba humanidad, a lo que nos ayuda a comprender cómo puedo estar con el otro desde una ruta de la solidaridad y de la compasión.
Encerrarnos, nos llevó a la escucha y a la re-conexión intempestiva de un mundo interior y exterior que se encontraba rodeado de muchos ruidos. Y de muchas opciones que nos llevan a olvidar el fondo o la dirección de la vida humana. En otras palabras, es volver a la pregunta ¿para dónde se va como sociedad, como personas, como familia, como individuos que comparten una casa común? Al final cada uno va tratando de descubrir el camino en las búsquedas de las respuestas a esas preguntas.
Lo humano nos lleva a tratar de responder cómo vivir, con una ética, con consistencia, con un horizonte o rumbo. Y sobre todo a asumir y abrazar las etapas de la vida que se van viviendo, tratando de preguntarnos por el amor, por la esperanza y por aquello que va dando compasión y vergüenza a la persona. Para así con los pies plantados aceptar la realidad, ver las opciones de realización y desde esto tratar de transformarla, para dejarla en mejores condiciones de como la encontramos.
Las respuestas se van dando en la manera en la que vamos viviendo con sentido, respondiendo el por qué, para qué. Y a dónde voy sabiendo que el hombre es el único ser racional que sabe que va a morir. Como dice Mèlich (2021, pág. 196) citando a Heidegger:
“La muerte es mi muerte. Puedo ir a la muerte en lugar de otro, pero mi muerte tengo que vivirla solo”.
Y para esto hay que darle sentido reconociendo que la vida está acompañada de alegrías y dolores. Es aquí donde el ejercicio de la ética a través de los valores, juega un papel importante en el proyecto de la persona. Ya que son los que le ayudarán a asumir con paz esas alegrías y esos dolores. A su vez los valores también son con base en las metas a perseguir y ayudan a la realización de la persona.
La esperanza de lo humano se comprende cuando reconocemos la herencia que nos ha sido dada. Es decir, cada hombre va adquiriendo su personalidad en la medida que se apropia su individualidad y es afectado por la tradición y por los otros. Entendiendo la forma en la que se habita el mundo, se asume la historia y se vive el presente.
Es un ser en el mundo en un momento específico, desde una fragilidad, comprendiendo que nos toca cuidarlo, aceptarlo y reconocerlo con sus diferencias. Así como dialogar con lo que es distinto y recibir con compasión a los demás. Con los nuevos gritos que surgen a raíz de la impotencia o de la injusticia que dejan ver esa necesidad de tener vergüenza. Y que muestra las voces de los que han sido callados, de las asesinadas, de los y las desaparecidas. También de los nuevos feminismos que hablan y tratan de alzar la voz sobre la dignidad humana. Aquella que no se encuentra en un chat, en una serie de televisión o en el entorno de las redes sociales; como dice Martha Nussbaum (2001):
“Las mejores teorías liberales de la justicia proporcionan una base muy fuerte para pensar acerca de lo que requiere el respeto por la dignidad humana. Sin embargo, hay dos áreas pertinentes a la igualdad sexual en las cuales incluso las teorías liberales más fuertes hallan graves dificultades. La primera es el área de la necesidad y la dependencia. Ninguna de las teorías de la justicia y la moralidad que provienen de la tradición europea del contrato social logra introducir en la estructura social básica la preocupación por el cuidado en tiempos de dependencia asimétrica. El segundo problema (…) es aquél de la distribución justa al interior de la familia.”
Nuevas voces que van marcando la tendencia en la vida diaria y que hacen repensar desde la familia las formas en las que vamos construyendo la sociedad. Y cómo vamos apropiando la dignidad desde la ruptura de una sociedad patriarcal y machista. Que calla al que es diferente, no obstante no se deja callar, sino que grita más, con fuerza, con rabia y con enojo desde lo distinto. Porque se ha decidido hacer un alto y preguntarse por el sentido, por la esperanza y por la vida que se quiere construir en este mundo. Y transitar hacia la esperanza de lo humano.
Referencias
Mèlich, J. C. (2021). La fragilidad del mundo. Barcelona: Tusquets Editores.
Nussbaum, M. (2001). El futuro del liberalismo feminista. Areté, 59-101. Obtenido de Portal de Revistas PUCP.
Entregas del autor previas a “La esperanza de lo humano”:
El mal que nos aleja de lo humano
¿Por qué decimos que nos educamos? Y ¿para qué nos educamos?